Jhemy Tineo: “Escribir no es algo caro, solo necesitas un lapicero y papel”
La primera novela de Jhemy Tineo Mulatillo, “Los restos de la piel”, es una provocación para los ojos conservadores, pero a la vez un paso seguro en el mundo de la literatura. Recomendamos su lectura.

La nueva narrativa peruana, si es que pensamos en el universo de autores que han aparecido desde mediados de la década pasada, tiene de todo. Pero si comparamos a sus representantes con lo que hicieron otras camadas (también del presente siglo), como que esta empalidece, no es lo que proyecta ser. El problema, pienso, no es la falta de oficio o talento, sino de algo más importante y que todo artista debe exhibir: una perspectiva de la vida. Ergo: de nada sirve querer ser, en este caso escritor, si tienes el alma chiquita. La situación se agrava cuando los escritores cultivan la peor de las adicciones: la vida en las redes sociales, que distorsionan lo que líneas atrás hemos indicado: la perspectiva de vida.
Jhemy Tineo Mulatillo publicó Los sacrificios de la carne, libro que ganó el Premio José Watanabe de Cuento 2022, convocado por la Asociación Peruano Japonesa. Le fue bien al libro, incluso catalogaron a Tineo como una de las revelaciones del año 2022. Tres años después, Tineo publica su primera novela, Los restos de la piel (Tusquets), la cual resultó finalista del Premio Clarín Novela 2024. Tras leer esta novela, cerré algunas impresiones extraliterarias que me dejó su libro debut.
Tineo es un escritor de raza, con demonios y, lo que lo diferencia y aleja de la mayoría de sus compañeros generacionales: tiene algo que decir y lo hace desde la vergüenza. Además, si Tineo existe como escritor, se lo debe a los concursos. Una novela como esta, no llamaría la atención de ningún editor si no tuviera el rótulo de finalista de un galardón como el Premio Clarín Novela.
Jesús es un profesor de colegio estatal que quiere ser escritor. Ama la literatura, pero tiene una fijación extrema por el sexo. Jesús lo erotiza todo, se deja llevar por los placeres de la carne, práctica que lo aleja de su sueño de ser un escritor. Jesús es un amazónico en una ciudad que lo aturde, pero que a la vez lo atrae debido a su sensibilidad de artista. Tineo lo perfila con un lenguaje poético de contenida atmósfera frondosa y, en este punto de la intro, vemos igualmente al protagonista que acompaña a Jesús: el lenguaje, tan erotizado, disruptivo, la única manera en que adquiere un carácter plástico y que le permite al autor explorar distintos registros literarios. Tineo no solo nos presenta la historia de un personaje emocionalmente complicado, sino igualmente la construcción de un estilo, una voz, es decir, una personalidad de la escritura que debemos celebrar.
-En tu novela hay esta cuestión muy de Roberto Bolaño: la del escritor sin obra.
-Sí, tiene algo de lo que dices de Bolaño, pero también con la vida de Jesús y Raskolnikov. A partir de estos personajes, empecé a buscar una forma amazónica de contar la vida de un migrante que decide vivir a partir del cuerpo, pero también a partir de lo que más le gusta, que es escribir.
-Pero Jesús no escribe como quisiera.
-No escribe porque se da cuenta de su precariedad económica y por la falta de oportunidades.
-Hay mucho de la radiografía de la formación del artista.
-Lo vi mucho en mi pueblo, lo vi en gente que se dedicaba a trabajar, que no tenía otra forma de vivir, pero después de trabajar se dedicaban a aquello que les hubiera gustado hacer. Algunos tocaban la flauta, otros hacían música con hojas y lo hacían con tanta pasión y mirando al horizonte como diciendo yo debí dedicarme a esto.
-Jesús aparece en tu cuentario y en tu novela. ¿Tú eres Jesús?
-Hay un elemento biográfico. Porque quise con Jesús reconstruir la vida de mi padre, que murió joven, a los 48 años. Quise inventarle una vida, pero Jesús fue adquiriendo un camino propio con mis propias experiencias.
-Tu prosa se nutre de la culpa y de la represión. Salvando las distancias, hay una cosa muy faulkneriana. De ahí nace el tono de tu prosa.
-Has dado en el clavo porque Faulkner fue mi primera maestría antes de realizar estudios formales. Lo leía tanto que todo me sabía a Faulkner. Me dio el tema del personaje evangélico en conflicto con su cuerpo. Quise hacer más evidente esos temas que estaban en Faulkner.
-¿Recibiste educación evangélica, no?
-Toda mi infancia me la pasé leyendo la Biblia. Personajes como Jesús y Job, por ejemplo, están muy presentes en mis recuerdos. Job siempre está en conflicto con sus deseos. Esos conflictos están en mi personaje Jesús. En un momento, Jesús dice que le hubiera ido mejor como escritor si pensaba en escribir así como pensaba en el sexo.
-En tu primer libro, Jesús está en la Amazonía. Ahora en Lima, pero una Lima vista desde los extramuros.
-Desde la basura y los retretes. Yo tengo un respeto increíble por la Amazonía y quería que lo amazónico trascendiera en lo que yo escribo, que no se restrinja a una cuestión regionalista, que solo me puedan leer los amazónicos. Desde que comencé lo tenía bien claro. Quería un texto que pudiera ser leído por todos y que no sea un texto solo para mis amigos, para mis familiares o para que me quieran.
-Te lanzaste con todo.
-Yo quería un texto que se midiera con lo mejor de la literatura peruana y también que se midiera con lo mejor de la literatura mundial. Por eso es que yo, después del premio José Watanabe, no publiqué nada, a pesar de que el libro ya estaba terminado.
-Tus dos libros denotan mucha madurez. Eres un autor que no ha caído en la desesperación por publicar.
-Mi padre vino a Lima, me trajo y me dejó en un cuarto mientras él se iba a hacer su vida. Siempre he tenido que trabajar para lo esencial y la posibilidad de publicar un libro no estaba en lo que llamaría lo real. Era un sueño imposible. Dos cosas me salvaron de la desesperación por publicar: mi padre y ser misio. Yo empecé a escribir para darle vida a mi padre, no para publicar. Quería escribir bien antes que buscar con quién publicar. Escribir no es algo caro, solo necesitas un lapicero y papel.
-Es por tu padre que eres escritor.
-De niño, mi padre me recitaba poemas de Vallejo, de Rubén Darío. Mi padre me llevó a mi primer taller literario, que fue en el Centro Cultural de España, y lo hizo estando enfermo de cáncer.
-¿Qué te salva de la frivolidad del ambiente literario?
-Me salva que soy padre. La paternidad es una experiencia de cada día y te da otra visión de lo que es importante y de lo que no. Me invitan a muchos eventos literarios todas las semanas, pero tengo que cuidar a mi hijo, tengo que preparar mis clases para el colegio, y el poco tiempo libre que tengo, lo uso para escribir. Por más que quiera salir, no puedo y tampoco es que me muera por estar en todas.