Luis Felipe Angell de Lama, Sofocleto: “Vamos a recuperar el Huáscar”
Un homenaje a casa llena con Rafo León, Hernando Torres-Fernández y Allan Angell, en el Centro Cultural Inca Garcilaso, a un escritor que supo interpretar al Perú con oceánica cultura, ironía, irreverencia y con una infatigable capacidad para escribir. Sofocleto es un autor imprescindible de la cultura peruana. En 1981, Mario Vargas Llosa entrevistó en su programa “La Torre de Babel” a Sofocleto y se pasó un extracto de ese diálogo de gigantes. Todo un rescate literario. Jaime Bayly también lo entrevistó en 1993/1994. Esto y mucho más, en la siguiente crónica.

¿Por qué es importante leer a Sofocleto hoy? Esta fue una de las preguntas que me hacía cuando me dirigía al Centro Cultural Inca Garcilaso (CCIG) del Ministerio de Relaciones Exteriores, mientras atravesaba el tráfico y las manifestaciones habituales del centro histórico de Lima. En esta institución cultural, se llevó a cabo, ayer jueves 15, un homenaje a Luis Felipe Angell de Lama, Sofocleto (1926 - 2004). Sala llena conformada por miradas intergeneracionales. Entre los ponentes, Hernando Torres-Fernández, director del CCIG; Rafo León, destacado escritor y periodista experimentado; Allan Angell, hijo de Sofocleto; y quien escribe estas líneas, editor de los siguientes libros de nuestro escritor con Planeta: Los cojudos, Los conchudos y El virus matrimonial.
Del CCIG señalan que próximamente van a poner en YouTube el extracto de una entrevista que Mario Vargas Llosa, en 1981, le hizo a Sofocleto para su programa La torre de Babel de Panamericana Televisión, el cual se emitió al inicio del homenaje.
“No soy un escritor gracioso”, le responde Sofocleto a Vargas Llosa en un tramo. En todo momento, Vargas Llosa se muestra conocedor de la obra de Sofocleto y cada respuesta de Sofocleto revelaba no solo una profundidad analítica, sino del mismo modo una oceánica cultura.
El “no soy un escritor gracioso” sintonizó con las palabras de Rafo León, que puso a Sofocleto al nivel de lo que es ser un escritor en todo el sentido de la palabra. Además, indicó que su obra, enfocándonos en Los cojudos, era una crítica al hombre/el varón de la clase media peruana. Y contextualizó la época en que su generación empezó a leer a Sofocleto y no dejó de subrayar precisamente su carácter de escritor (pensemos en La tierra prometida de 1958 (Premio de Novela de dicho año, concedido por la Librería-Editorial Juan Mejía Baca) y San Camilo de 1976, grandes novelas en donde no hizo uso del humor). Sofocleto cultivó muchos géneros literarios. Pensemos en sus sofonetos, que eran devorados por miles, los cuales eran una firma de su calidad literaria.
Sofocleto, durante un periodo de su vida, se desempeñó como diplomático. Hernando Torres-Fernández dio algunos alcances de esta etapa de Sofocleto. Era un hombre serio y por su labor fue varias veces felicitado --Torres-Fernández mostró documentos que sustentan esta aseveración- e incluso puso de manifiesto una ética de vida cuando nuestro autor no aceptó recibir su sueldo por el mismo hecho de no estar trabajando pese a pertenecer al cuerpo diplomático.
“Durante un tiempo, a mi casa venían militares. No sé si eran del Ejército, la Marina o la Fuerza Aérea, pero traían mapas. Se reunían con mi padre durante horas. Un día le pregunté por esos señores uniformados que venían a casa. Mi padre me dijo: Cierra la puerta. Te voy a contar algo que nadie más debe saber. Vamos a recuperar el Huáscar”, relató Allan Angell, quien pasó a detallar cómo trabajaba su padre, destacando su disciplina para escribir. Allan mostró igualmente el primer número del diario Don Sofo, del 22 de octubre de 1979. “Mi padre escribía todos los días Don Sofo, lo hacía él solo y en dos horas”.
Quien escribe empezó a leer a Sofocleto en el último año de colegio. La entrevista de Vargas Llosa a Sofocleto es histórica. Dos gigantes conversando. Pero ver esa entrevista, me llevó a 1993/1994. Aquel año, vi por primera vez a Sofocleto en televisión. Jaime Bayly conducía un programa en Panamericana Televisión y entrevistó a Sofocleto. La imagen de ese hombre gigante (medía casi dos metros) se me quedó impregnada. Captó mi atención y me puse a leer a Sofocleto y a buscar sus libros por las librerías de viejo del centro.
Cuando la gerente editorial de Planeta, María Fernanda Castillo, me dijo, a finales de 2018, que estaban interesados en Los cojudos y que lo editara yo, comenzó la búsqueda de los herederos de Sofocleto.
Sofocleto falleció en 2004 y tuvieron que pasar 14 años para que un libro suyo sea reeditado. Hablamos de un autor tremendamente popular. La gente no se había olvidado de un autor que se posicionó en el imaginario público desde la escritura. Nunca dejó de hablarse de Sofocleto. De 30 peruanos, 15 sabrán de Sofocleto, ya sea porque lo hayan leído o porque hayan escuchado de él mediante un familiar o variante parecida. Y el resto que no sabe de él, mucho K-Pop.
Quienes se olvidaron de Sofocleto fueron los editores que aparecieron después del 2000, porque no leen o han empezado a leer tarde y los hechos demuestran que exhiben una mirada torcida del verdadero interés editorial. Sofocleto es una joya literaria que no solo trae prestigio literario, sino también ganancia monetaria. La edición del 2019 de Los cojudos, ya tiene varias reimpresiones, se ha movida sola, por recomendación. Pero esa edición ha propiciado, y aquí el dato, la aparición de reimpresiones piratas de las primeras ediciones de los libros de Sofocleto. Ese papel no tiene más de 10 años, esas carátulas no muestran las arrugas del tiempo, no tienen la dignidad de su época. Eso no sucede si no existe un lector que pregunte, que pregunte por Sofocleto. Hasta el 2018, para conseguir las primeras ediciones de Los cojudos y Los conchudos, dos títulos inubicables, había que sudarla. Ahora no.
No fue fácil encontrar a los herederos de Sofocleto, y tras algunas gestiones, di con el contacto de Allan Angell. Cuando nos reunimos, el trato se cerró en cinco minutos. Los caballeros honramos nuestras palabras. No había mucho que pensar. Sofocleto es nuestro Lope de Vega y un autor necesario. Su pluma, hay que decirlo, es parte de la historia de La República. Los clásicos se leen en toda época y Sofocleto tiene mucho que decirnos en las circunstancias actuales.