Cultural

Una misa por el subjuntivo

Si se acaba el subjuntivo, vamos a perdernos la oportunidad de expresar nuestras dudas, vociferar nuestras órdenes o susurrar nuestros buenos o malvados deseos con respecto de ese asunto.

Umberto Eco. Foto: Difusión.
Umberto Eco. Foto: Difusión.

Escribe: Eduardo González Viaña

Hará veinte años leí, en El País de Madrid, un artículo de Vicente Verdú quien expresaba su alarma por el hecho de que el modo subjuntivo estaba desapareciendo en nuestro idioma. En España, según decía el autor, los jóvenes no suelen decir: “Estaremos allí cuando ella venga”, prefieren la frase: “Estaremos allí cuando ella viene”. Algo así como usar “quiero que vienes” en vez de “quiero que vengas”.

En el año 2025 compruebo que los latinoamericanos todavía no hemos llegado a esos extremos, aunque ya se puede advertir un olvido del subjuntivo pasado en la lengua escrita. En algunos medios, leo frases como la siguiente: “Querían que el presupuesto sea aprobado” en vez de “querían que el presupuesto fuera aprobado” o “hace años, el Congreso pidió que se venda” donde lo correcto sería “pidió que se vendiera”.

Este es solo un ejemplo, y no creo necesario mencionar, porque son obvias, la enemistad con el idioma que muestra la “prensa” paralela, el retorno a los bramidos de la jauría en los talk shows, ni mucho menos el habla de algunos políticos entre quienes la corrección gramatical es solo un lujo prescindible cuando no privatizable.

Para mayor alarma, lo que el autor llamaba “la lenta agonía del subjuntivo” no es únicamente un fenómeno de nuestro idioma, sino que ocurre en otros como puede constatarse en el francés donde parecen haberse evaporado las formas verbales terminadas en “eussent” o “assent”, o el italiano en el cual ya no es tan necesario recurrir a expresiones como “se io andasse”. En el inglés, subsiste casi como un anacronismo, y va siendo olvidado por los jóvenes.

¿Es esto un obituario del subjuntivo? ¿Debemos llorarlo y poner flores en su tumba?... Que es grave, lo es. “Subjuntivo igual subjetivo” he dicho muchas veces a mis alumnos en un intento de establecer una diferencia entre el hecho objetivo expresado en el indicativo: “El idioma está camino del asilo” y nuestras reacciones subjetivas: “Me alegra que el idioma esté camino del asilo... y ojalá que no lo dejen salir”.

Si se acaba el subjuntivo, vamos a perdernos la oportunidad de expresar nuestras dudas, vociferar nuestras órdenes o susurrar nuestros buenos o malvados deseos con respecto de ese asunto.

Para Umberto Eco, el subjuntivo es “el único que expresa el tiempo de la hipótesis y de lo posible, de lo no-real”. Vale decir que, si el idioma tiene más de una cara, con el estimado amigo que aquí desaparece estamos perdiendo la concavidad de la suposición y de la duda inteligente, y nos vamos a quedar con el lado convexo al que nos obligan los hechos objetivos. O sea que, si nuestros periodistas y conductores de televisión se distinguían antes por ser agudos, ahora van a darse el lujo de mostrarse romos.

Pero no solamente se está desvaneciendo la subjetividad del habla; el habla misma está en peligro. Suavemente se nos extirpa del cerebro todo lo que no tenga que ver con el nuevo orden objetivo del mundo. O sea que ya no podremos expresar nuestras emociones, nuestras dudas y nuestras empecinadas creencias y, con ello, se va también algo de lo que nos hacía hombres.

¿Cuándo fue que nuestros aullidos y gruñidos se transformaron en palabras articuladas? Hace ya mucho tiempo cuando, cansados de ser animales solitarios, nos decidimos por la solidaridad de la tribu, el clan o la comuna, y nuestra naturaleza sociable nos hizo inventar estos sonidos articulados que, son, al final de los tiempos, el más bello registro de nuestro paso por la historia: la literatura.

Para Whitney y Saussure, la elección de los sonidos para comunicarnos fue un hecho arbitrario. También podríamos habernos entendido con los gestos o con los signos visuales, aseguran, y si es así quizás retornemos a solamente ellos en el próximo milenio cuando, al final de la jornada, podamos guiñar el ojo a nuestros hijos luego de haber acatado las órdenes del jefe virtual a través de la computadora o dejemos de mirar extasiados la televisión que, por entonces, nos rodeará amorosa con su nefasta pantalla circular.

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